De Hollywood a la ciencia: voces inesperadas se alzan contra la ingeniería social en tiempos de silencio clerical.
En un giro irónico de la historia cultural, Hollywood, tradicionalmente considerado una fábrica de ilusiones vanas y secularismo, está produciendo "refugiados" que huyen de su decadencia moral. Un ejemplo paradigmático es Marc Aramian, compositor y productor que ha decidido abandonar la maquinaria de la "anticultura" atea para crear cine que rescate los valores tradicionales.
En su reciente intervención, Aramian expone cómo la industria ha invertido fortunas en desmantelar la cultura cristiana. Su nueva producción, «Le puso por nombre Adán», no solo desafía esta tendencia, sino que promete ser un éxito de taquilla, demostrando que el público está sediento de trascendencia.
Este fenómeno nos lleva a una reflexión profunda: ante el inesperado resurgimiento de la fe en potencias mundiales y esferas de influencia —desde celebridades y científicos hasta conversiones en el judaísmo—, parece cumplirse una antigua figura bíblica. Ante el silencio de los profetas oficiales de nuestro tiempo, Dios ha decidido hablarnos a través de la burra de Balaam (Números 22), utilizando emisarios impensables para transmitir su mensaje.
Para entender la magnitud de este despertar, debemos analizar el programa de erradicación de la fe que ha operado durante el último siglo. Hace cien años, el púlpito marcaba el pulso moral de la sociedad y la cultura respiraba en sintonía con el espíritu cristiano. Sin embargo, el progreso técnico trajo consigo el virus del racionalismo ateo, acelerando el apartamiento de Dios bajo el traumático peso de dos guerras mundiales.
Desde 1945, la cizaña sembrada en el trigal cristiano comenzó a germinar con fuerza inusitada. Influencias discretas y sociedades secretas, cuya presencia histórica es innegable, penetraron los sistemas educativos y mediáticos. Estas estructuras de poder, expertas en excogitar ideologías como armas arrojadizas, trazaron una línea continua desde la Revolución Francesa (1789) y la Revolución Rusa (1917) hasta el nazismo y la revolución sexual de los años 60, catalizada por la píldora anticonceptiva y la legalización del aborto.
La culminación de este proceso se observa en la agenda del Foro Económico Mundial de Davos. En 2024, sin legitimidad democrática alguna, esta entidad proclamó un programa de 17 puntos que, bajo la promesa de progreso y bienestar, esconde una reingeniería social ajena a las raíces espirituales de Occidente.
La estrategia actual para el alejamiento de la fe ya no requiere siempre de la violencia física, sino de una manipulación psicológica al estilo de George Orwell o de la distopía de Aldous Huxley. Se trata de una asfixia cultural suave pero letal.
Ante este escenario, la Iglesia Católica ha mantenido una postura doctrinal firme, condenando a la masonería y sus ramificaciones en más de veinte documentos en los últimos dos siglos, una prohibición que sigue vigente. No obstante, la praxis ha sido diferente.
Una parte significativa del clero, debilitada por un ambiente materialista y seductor, ha optado por predicar un «Evangelio light». Se ha evitado hablar de Cristo en la Cruz y de las exigencias de los mandatos divinos. Durante la pandemia, esta deserción llegó al extremo de cerrar iglesias, dejando al pueblo de Dios huérfano de sacramentos y consuelo espiritual.
Es precisamente este vacío, este silencio de los pastores, lo que ha movido a la Providencia a actuar de forma extraordinaria. Si el profeta calla, habla la burra. Si el púlpito enmudece, el mensaje surge desde las pantallas de cine o los laboratorios científicos.
No debemos olvidar que la fe es un don que debe cuidarse como a un hijo propio; refuerza la voz de la conciencia y la inclina al bien. En última instancia, la descristianización no es solo culpa de agentes externos, sino el resultado de millones de decisiones personales de dar la espalda a Dios. La "madre de todas las batallas" se libra primero en el corazón humano.
Sin embargo, el cristianismo posee una capacidad de renovación infinita. Aunque la Iglesia pueda ser perturbada —como la barca de Pedro agitada por las olas—, no puede ser destruida. La historia se repite: hoy vemos un cruce del Mar Rojo moderno.
El retorno a la fe que observamos hoy, impulsado por voces valientes en la cultura popular y gobiernos que redescubren a Dios, tiene una causa profunda y a menudo invisible: el martirio desconocido de millones bajo el comunismo y la vida santa y escondida de innumerables fieles que, con su oración silenciosa, han sostenido al mundo. Dios siempre espera, dispuesto a perdonar y, si es necesario, a hacer hablar a las piedras —o a las burras— cuando los hombres le fallan.
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