El periodista Edward Pentin denuncia en un artículo publicado el 13 de octubre de 2025 que sigue vigente una falsedad difundida durante el pontificado anterior: la acusación de que los católicos fieles a la doctrina tradicional serían los causantes de la división en la Iglesia. En su análisis, sostiene que esta narrativa, aún presente bajo el actual pontificado de León XIV, debe ser abandonada si se quiere lograr el objetivo declarado del Sumo Pontífice de sanar la polarización interna. El texto completo puede leerse en su publicación original: Edward Pentin en Substack.
Tras un tiempo de reflexión sobre el pontificado de Francisco, Edward Pentin propone revisar el origen real de las tensiones internas que marcaron aquella etapa. A diferencia de épocas anteriores, en las que la desunión era atribuida a teólogos y pastores disidentes del Magisterio, con la llegada del cardenal Bergoglio al trono de Pedro, asegura el autor, fueron precisamente esos sectores quienes alcanzaron posiciones de poder, promoviendo reformas contrarias a la tradición apostólica.
Como ejemplo emblemático, cita la propuesta del cardenal Kasper en 2014 para admitir a la Sagrada Comunión a ciertos divorciados vueltos a casar, iniciativa que desembocó en la exhortación apostólica Amoris laetitia y el consiguiente “cambio de paradigma”. Según Pentin, esta línea pastoral suscitó una grave crisis doctrinal y disciplinaria, reflejada en múltiples respuestas de parte de obispos, cardenales y teólogos que emitieron dubia, correcciones filiales y advertencias sobre un posible “cisma papal interno”.
El periodista recuerda la enseñanza constante de los Padres de la Iglesia, como San Agustín de Hipona, san Ireneo de Lyon o san Vicente de Lerins, quienes vincularon siempre el cisma con la introducción de doctrinas nuevas y contrarias a la tradición. También alude a la carta Testem benevolentiae nostrae de León XIII, que advertía contra errores doctrinales modernos capaces de quebrar la unidad eclesial.
En este contexto, Pentin rechaza que quienes han sostenido la doctrina católica reciban aún hoy la acusación de ideólogos o cismáticos. Aunque reconoce que ciertos sectores tradicionalistas reaccionaron con virulencia, atribuye el origen principal de la división a la tolerancia —cuando no promoción— de ideologías ajenas al Magisterio.
Finalmente, el autor señala que si el Papa León XIV desea realmente curar las heridas de la polarización, debe comenzar por reconocer lo que califica como una “gran mentira” del pasado reciente: la atribución de la ruptura eclesial a quienes permanecieron fieles a la enseñanza inmutable de la Iglesia.
