Dicen que la Iglesia está en declive. Que ya no hay vocaciones, que Europa envejece, que los templos se vacían. Pero los números cuentan otra historia: el mundo está lleno de católicos, más que nunca. Lo que falta no es fe, es valentía para reconocerla.
Según el último informe de Fides, hay más católicos que el año pasado. Millones más. África, América, Asia… en todos los rincones crece la fe. Solo Europa parece resistirse, como si quisiera demostrar que ha “superado” su propia historia.
Europa, la vieja maestra del mundo, ahora se avergüenza de sus raíces. Quiere conservar los valores del Evangelio —el respeto, la ayuda al prójimo, la justicia social—, pero sin Cristo. Como quien corta el árbol y pretende seguir disfrutando de su sombra.
Nos creemos modernos porque prescindimos de Dios, pero seguimos viviendo de su herencia. Decimos “igualdad”, “solidaridad”, “dignidad humana”… sin recordar que esas palabras nacieron del Evangelio. Es la gran paradoja del Occidente cansado: quiere los frutos, pero niega la semilla. Parece que hemos trastocado; mucha gente en Occidente se asombra de la cultura oriental, asiática y árabe y busca en el budismo o en el panteísmo realidades espirituales diferentes que "llenan" el espíritu... gente que no recuerda el cristianismo y vive habiendo olvidado, de hecho, los valores que busca; pero como el cristianismo es antiguo pues simplemente no tiene valor.
Mientras tanto, la fe florece donde la vida aún late con fuerza. Donde no se ha estancado el corazón. En África, en Asia, en América Latina… allí la Iglesia crece porque el hombre no ha dejado de mirar al cielo. No se ha anestesiado con el bienestar ni se ha encerrado en el cinismo.
Es lamentable ver cómo Europa reniega de sus raíces cristianas mientras el laicismo se instaura como base del progreso. Si este progreso implica prácticas como el aborto o la eutanasia, entonces Occidente lidera un camino preocupante al olvidar a Dios.
Europa reniega de su alma y el resto del mundo la recoge. No es que el cristianismo se apague: se está mudando de casa. Dios no se queda quieto; se va donde lo buscan.
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