Hace apenas 95 años surgió en la Iglesia Católica una realidad que vino a renovar en profundidad la forma de vivir la fe en la vida cotidiana: el Opus Dei. Su aparición es signo de la vitalidad de la Iglesia, al ofrecer un modelo que recupera el espíritu de los primeros cristianos.
Tras la muerte y ascensión de Cristo, los apóstoles continuaron difundiendo sus enseñanzas entre judíos y gentiles, formando comunidades sencillas y fervorosas. No existían entonces palacios episcopales ni estructuras clericales complejas. Aquellos creyentes trabajaban, sostenían a sus familias y celebraban la Eucaristía en los lugares que las persecuciones les permitían. La fe impregnaba sus labores diarias: en el campo, en la pesca, en los oficios más humildes. Esa coherencia vital atraía a otros por pura autenticidad y alegría interior, sin necesidad de apartarse del mundo para buscar la santidad.
Las sucesivas persecuciones romanas produjeron innumerables mártires cuyo testimonio fortaleció a la comunidad. La legalización del cristianismo por el emperador Constantino en el año 313 permitió a la Iglesia estructurarse, con obispos y sacerdotes al servicio esencial de celebrar la Eucaristía, administrar los sacramentos y custodiar la doctrina revelada. Con el paso de los siglos, la organización eclesiástica se inspiró en el Derecho Romano y la filosofía griega, al tiempo que surgían monasterios y conventos. Esto generó, con el tiempo, la idea de que el ideal cristiano de santidad era patrimonio exclusivo de la vida consagrada, un malentendido que aún perdura en parte.
El 2 de octubre de 1928, San Josemaría Escrivá de Balaguer recibió de Dios la misión de recordar al mundo que la plenitud de la vida cristiana puede alcanzarse precisamente en medio del trabajo, la familia y la vida ordinaria. Este mensaje, acogido y bendecido por la Iglesia desde sus orígenes, se difundió rápidamente. En 1982, el Papa San Juan Pablo II erigió el Opus Dei como Prelatura Personal, confiando a su Prelado potestad de orden y jurisdicción.
En los últimos años, el Papa Francisco introdujo cambios en el marco jurídico de la Prelatura mediante el Motu proprio Ad charisma tuendum, sin alterar el fondo de su misión. Los 93.000 fieles del Opus Dei en el mundo seguirán desarrollando su labor dentro de la Iglesia según su naturaleza propia.
La misión de los laicos y la Iglesia del futuro
La Iglesia puede compararse con un gran árbol: el Opus Dei no es una rama ni una hoja, sino parte del tronco que distribuye la savia vital desde las raíces hasta todas las partes del conjunto eclesial. La mayoría de sus fieles son laicos casados, que sostienen el crecimiento de la Iglesia a través de la familia cristiana, primera escuela de fe y humanidad.
Esta centralidad del pueblo de Dios supone una renovación profunda. Ningún sacerdote, religioso o papa puede existir sin haber nacido en el calor de una familia. La vida laical es, por tanto, el fundamento sobre el cual la Iglesia presta servicio a su pueblo y al mundo entero.
La incorporación al Opus Dei no se produce por el Bautismo, sino mediante un vínculo contractual y espiritual que expresa una llamada personal de Dios a santificarse en su trabajo y en su entorno.
Por su experiencia cercana al siglo de vida, el Opus Dei es también un laboratorio del futuro eclesial: un modelo de integración armónica entre el carisma laical y la estructura institucional de la Iglesia, una propuesta que anticipa cómo será el cristianismo del mañana.
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