El embajador de Israel ante la Santa Sede ha acusado al periódico Vaticano L'Osservatore Romano de antisemitismo, desatando una tormenta diplomática en Roma.
Una controversia diplomática ha estallado en Roma en pleno agosto, un período en el que los asuntos vaticanos suelen sumirse en el silencio. En el centro de la disputa se encuentra una acusación extraordinaria realizada—de manera indirecta pero inconfundible—por el embajador de Israel ante la Santa Sede: que el diario vaticano, L'Osservatore Romano, es culpable de antisemitismo.
El incidente se origina a partir de una columna publicada el 7 de agosto por el teólogo jesuita David Neuhaus, un académico germano-israelí nacido en Sudáfrica de padres judíos y ex vicario para los católicos de habla hebrea en Jerusalén. Su ensayo, titulado “Leer la Biblia tras la destrucción de Gaza”, reflexionaba sobre los peligros morales de instrumentalizar las Escrituras en medio de la guerra. Escrito en tonos sobrios y contemplativos, argumentaba que la Palabra de Dios nunca debe ser utilizada para justificar la violencia o la conquista territorial.
Si bien muchos lectores elogiaron el texto como una meditación reflexiva sobre la fe en medio de la tragedia, provocó una reacción mucho más aguda por parte del embajador Yaron Sideman. El 14 de agosto, la Embajada de Israel ante la Santa Sede publicó en X un artículo de Jules Gomes, publicado en el Middle East Forum Observer, que acusaba a Neuhaus de distorsión histórica y etiquetaba directamente a L'Osservatore Romano como “conocido por su antisemitismo”. Al amplificar y respaldar esa valoración, Sideman permitió efectivamente que la acusación se mantuviera como propia.
Un lenguaje de tal calibre resulta explosivo en el delicado ámbito de las relaciones entre el Vaticano e Israel. L'Osservatore Romano no es un medio católico cualquiera; es el periódico papal, supervisado por la Secretaría de Estado y formalmente parte del aparato de comunicaciones de la Santa Sede. Calificarlo de antisemita es, en términos diplomáticos, poner en duda la credibilidad misma del Vaticano como voz moral.
El movimiento no quedó sin respuesta en los círculos académicos y eclesiales. El historiador Matteo Luigi Napolitano, experto en relaciones internacionales y colaborador de estudios vaticanos desde hace mucho tiempo, respondió con firmeza en las redes sociales. Dirigiéndose directamente al embajador, advirtió que tal declaración podría convertir a Sideman en persona non grata bajo la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas. “Hay cosas que un embajador no puede decir sin consecuencias”, argumentó Napolitano, subrayando que acusar al periódico del Papa de antisemitismo cruzaba una línea de propiedad diplomática.
Por ahora, el Vaticano ha permanecido en silencio. La pausa veraniega puede explicar en parte la falta de reacción oficial. La publicación sigue siendo visible en el perfil de la embajada, lo que sugiere que no hay segundas reflexiones en Jerusalén sobre el lenguaje utilizado.
La controversia se produce en un contexto de tensas relaciones entre la Santa Sede e Israel, exacerbadas por la guerra en curso en Gaza. El Papa ha condenado consistentemente el costo humanitario del conflicto mientras evita el partidismo político, un acto de equilibrio que a menudo deja insatisfechos tanto a israelíes como a palestinos. Sin embargo, rara vez la crítica al Vaticano ha cruzado hacia acusaciones de antisemitismo, una carga que lleva un pesado bagaje histórico en las relaciones católico-judías, especialmente en las décadas transcurridas desde la declaración histórica del Concilio Vaticano II «Nostra Aetate».
Si este choque se convierte en una tormenta pasajera de verano o en la semilla de una ruptura mayor sigue siendo incierto. Pero el episodio subraya cuán frágil sigue siendo el equilibrio entre Israel y el Vaticano, y cuán rápidamente las palabras—especialmente cuando se amplifican en las redes sociales—pueden convertirse en armas diplomáticas.