Alarmas en la Iglesia: la sinodalidad se convierte en una maquinaria pesada y desconectada

Alarmas en la Iglesia: la sinodalidad se convierte en una maquinaria pesada y desconectada

El creciente volumen de documentos y estructuras del proceso sinodal está alimentando el temor de que la sinodalidad derive en una maquinaria burocrática alejada de la vida ordinaria de las comunidades cristianas.

La publicación de los últimos informes intermedios de los grupos de estudio del proceso sinodal ha reabierto un debate interno que crece entre teólogos, obispos y analistas. La preocupación principal radica en que la sinodalidad —convertida en eje de trabajo desde 2016— esté derivando hacia una estructura pesada, dispersa y difícil de asimilar para diócesis y fieles. Aunque el Papa León XIV aún no ha intervenido públicamente sobre la futura Asamblea eclesial mundial prevista para octubre de 2028, el volumen de documentos, comisiones, plazos y reorganizaciones genera inquietud en diversos sectores de la Iglesia.

Según el material difundido esta semana, los catorce grupos de estudio actualmente en funcionamiento deberán entregar nuevas conclusiones antes de finales de 2025. La cantidad de textos en circulación ha llevado a algunos observadores a hablar de una auténtica “fábrica de documentos”, una dinámica que —afirman— no se vivió ni siquiera durante el Concilio Vaticano II. El propio portal oficial del proceso sinodal muestra un calendario denso y una terminología creciente, con conceptos redefinidos varias veces y metodologías complejas para fases sucesivas. Todo ello contribuye a la sensación de que la sinodalidad se está transformando en un entramado técnico difícil de seguir.

Diversos obispos consultados en Europa y América Latina reconocen que no todas las diócesis están plenamente informadas del alcance de esta “tercera fase” del camino sinodal y que, en algunos casos, incluso existe una comprensión limitada del calendario semestral que debería conducir a la Asamblea mundial de 2028. “Muchos fieles ni siquiera saben en qué etapa estamos”, admiten algunas fuentes recogidas en conversaciones recientes, subrayando así la brecha entre la complejidad del diseño sinodal y su recepción real en parroquias y comunidades locales.

Entre los documentos divulgados destaca el Informe intermedio n.º 9, dedicado a los criterios teológicos y metodológicos para el discernimiento de cuestiones controvertidas. Su estilo, calificado por varios analistas como “banal, incomprensible y estéril”, ha intensificado el debate sobre la utilidad real de esta enorme producción sinodal. Algunos teólogos advierten del peligro de que este proceso genere la percepción de un “magisterio paralelo”, desligado de la vida ordinaria de la Iglesia, así como que la proliferación de textos y procedimientos termine por diluir la claridad del magisterio tradicional.

La sensación de cansancio detectada en ámbitos diocesanos se suma a las críticas sobre la aparición de una “casta sinodal” formada por laicos y expertos que circulan entre congresos, viajes, comisiones y publicaciones, mientras muchos párrocos y fieles permanecen al margen del proceso. Según estas voces, existe el riesgo de que el esfuerzo sinodal termine percibido como una tarea administrativa repetitiva más que como un verdadero dinamismo espiritual y pastoral capaz de renovar la vida cristiana.

Pese a este panorama, la Secretaría General del Sínodo continúa avanzando con el calendario previsto, mantiene activos los catorce grupos de estudio y prepara los próximos hitos correspondientes a esta tercera fase. A falta aún de una palabra directa del Papa sobre la Asamblea mundial prevista para 2028, la Iglesia encara el final del segundo semestre preparatorio con atención puesta en un desafío fundamental: asegurar que el proceso sinodal no se convierta en un fin en sí mismo sino en un camino real y fecundo para las comunidades cristianas alrededor del mundo.

Comentarios
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Roque Navarrete
Ayer
La burocratización del proceso sinodal es preocupante. Si la Iglesia se pierde en documentos y comisiones, se aleja de los fieles. Necesitamos volver a la esencia del evangelio. La sinodalidad debería enriquecer las comunidades, no convertirse en un laberinto que desvía de la misión.
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