La inminente ordenación de un obispo en Shanghái, impuesta por el Partido Comunista sin el consentimiento del Vaticano, representa un desafío directo a Roma.
El próximo 15 de octubre, en la Catedral de San Ignacio de Shanghái, se llevará a cabo la ordenación de Joseph Wu Jianlin como obispo auxiliar, una decisión tomada unilateralmente por las autoridades comunistas chinas sin consultar al Papa León XIV, la Secretaría de Estado ni la Nunciatura Apostólica. Este acto, considerado ilegítimo por la Santa Sede, es un nuevo episodio en la compleja relación entre China y el Vaticano, marcada por tensiones y desacuerdos.
Desde la firma de un acuerdo secreto en 2018, que pretendía ser un puente entre la comunidad católica oficial y la clandestina, las relaciones no han mejorado significativamente. En estos siete años, menos de una decena de obispos han sido nombrados, la mayoría siguiendo las directrices de Pekín. La reciente muerte del Papa Francisco fue aprovechada por el régimen chino para imponer dos nuevos obispos, un gesto que muchos consideran una afrenta durante el periodo de sede vacante.
El acuerdo de 2018, que buscaba reconciliar a las comunidades católicas en China, ha resultado en un control más estricto por parte del gobierno chino. Más de 1.500 iglesias han sido cerradas o adaptadas a las exigencias del régimen, y los sacerdotes leales al Vaticano enfrentan vigilancia y encarcelamiento. La política de sinización busca transformar la Iglesia en un instrumento de propaganda, despojándola de su conexión con Roma.
La respuesta del Vaticano ha sido de cautela. El Cardenal Pietro Parolin, principal arquitecto del acuerdo, sigue abogando por la paciencia y la confianza, aunque estas palabras parecen vacías ante la evidente falta de respeto del gobierno chino hacia la autoridad del sucesor de Pedro. El cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, ha criticado abiertamente la postura del Vaticano, calificando el acuerdo como un "trampa política inmoral".
El Papa León XIV, consciente del desafío que representa esta situación, ha expresado su deseo de entender y respetar la cultura china, manteniendo un diálogo constante con diversas personas de ambos lados. Sin embargo, la presión sobre el pontífice es evidente, y su silencio actual podría interpretarse como una reflexión antes de tomar una decisión crucial.
La situación en Shanghái es emblemática de la lucha por la libertad religiosa en China. La historia del obispo Ignace Kung Pinmei, encarcelado durante treinta años por su fidelidad a Roma, resuena hoy más que nunca. La reciente ordenación de Monseñor Shen Bin en 2023, finalmente reconocida por el Vaticano tras meses de deliberación, es un ejemplo del dilema al que se enfrenta la diplomacia vaticana.
La respuesta del Papa León XIV a esta crisis será determinante para el futuro de la Iglesia en China. La comunidad católica china, dividida entre la obediencia al régimen y la lealtad a Roma, observa con atención los pasos del pontífice, cuyo liderazgo será crucial para preservar una Iglesia verdaderamente católica, libre y fiel a sus principios.