El pasado 7 de Septiembre, hace tan solo unos días, el Papa León XIV canonizó a este joven en Roma. El primer santo milenial. Reconozco que su vida me resulta muy inspiradora.
Al leer sobre Carlo Acutis, podría pensarse que fue simplemente un joven devoto con cierta habilidad para la informática y poco más… Una vida corta, apenas 15 años, demasiado breve como para dejar huella. Nada más lejos de la realidad.
Lo que Carlo sembró en tan poco tiempo no puede reducirse a la anécdota de ser “el ciberapóstol de la Eucaristía”. Fue un chico que entendió mejor que muchos adultos lo esencial: que la vida es un don y que el centro de esa vida no está en uno mismo, sino en Cristo. Mientras sus compañeros de clase soñaban con fama, dinero o popularidad, Carlo elegía el camino aparentemente más sencillo y, sin embargo, más exigente: vivir en gracia, amar a todos, hacer de la misa “su autopista hacia el cielo”.
Su creatividad digital no fue una moda juvenil ni un pasatiempo, sino un vehículo para anunciar la verdad más antigua del mundo: que Dios se hace presente en cada Eucaristía. En tiempos donde las redes sociales se usan para inflar egos y difundir banalidades, Carlo utilizó internet para acercar a miles de personas al misterio más sublime de la fe.
Lo sorprendente de su figura es precisamente eso: que sin discursos grandilocuentes ni gestos políticos, su vida se ha convertido en un argumento poderoso en favor de la verdad del Evangelio. Y lo ha hecho desde la sencillez, desde la alegría de un adolescente normal que jugaba a la PlayStation y paseaba con su perro.
Al final, lo que conmueve de Carlo no es solo la precocidad de su santidad, sino la naturalidad con la que vivió la radicalidad cristiana. Su testimonio nos sacude porque demuestra que la santidad no es un privilegio reservado para unos pocos ni un proyecto inalcanzable, sino una opción real para cualquiera que viva con coherencia, con amor y con la mirada fija en Cristo.
San Carlo Acutis no fue solo un muchacho piadoso ni un genio de la informática. Fue, y es ya para muchos, el recordatorio de que se puede vivir la fe en medio del mundo, sin disfraces ni tapujos. Con sudadera y vaqueros, nos mostró que la verdad de Dios no pasa de moda.