Malestar en Segovia por la cautela del obispo ante símbolos franquistas

Malestar en Segovia por la cautela del obispo ante símbolos franquistas

La actitud del obispo de Segovia ante la retirada de símbolos franquistas está generando una creciente decepción entre los fieles, que perciben más cautela institucional que compromiso con la justicia histórica y la reparación moral.

La creciente decepción de los segovianos con el obispo, a casi un año de su nombramiento, se manifiesta en críticas en medios, en redes sociales y en reuniones de fieles y familias cristianas, alimentada por las continuas profanaciones de la catedral por parte del ecónomo y deán Rafael de Arcos Extremera y del Cabildo —como el último episodio de jugar al fútbol frente al altar mayor, con el silencio, por intereses o devolución de favores, de canónigos como el liturgista Alfonso Frechel, Ángel García Rivilla o Juan Cruz Arnanz Cuesta del anterior gobierno de César Franco—, por las denuncias aún sin aclarar de corrupción que salpican a vicarios, al obispado, al cabildo y al propio obispo (pagos en negro, ingresos desviados como donativos para evadir impuestos, etc.), por la comisión de investigación del Deán Rafael de Arcos sin escuchar a las víctimas, por una memoria económica de 2024 que no convence a los fieles por su falta de transparencia a pesar de tener un obispo economista y por el abandono de las zonas rurales como el caso de Pedraza y el cierre de otros pueblos, que según fuentes del obispado se pretende resolver de nuevo con el fracaso de los externos olvidando a los laicos, de modo que muchos ven ya al “obispo de la foto y de la sonrisa cómplice” como un pastor de transición que, según esas mismas fuentes, quiere marcharse pronto a otros puestos de mayor copete e interés.

Ante esta situación, se plantea al representante de la Santa Sede la pregunta de si las diócesis rurales se merecen este trato, mientras un grupo de presbíteros y laicos comprometidos deposita su esperanza en el nuevo nuncio, hastiados de ser tratados como cristianos de segunda y de que los pueblos queden desatendidos, al tiempo que, según una noticia del diario Acueducto2, los presbíteros —en su mayoría extradiocesanos— cobran buenos sueldos por acudir el domingo, cuando no se limitan a celebraciones de la Palabra, a las comunidades encomendadas, llegando incluso a percibir desplazamientos sin realizarlos, en un supuesto favoritismo económico habitual del ecónomo y deán para asegurarse amigos en el clero.

En este contexto, la actitud del obispo Vidal ante la retirada de símbolos franquistas ha resultado especialmente llamativa para los grupos de izquierdas y los cristianos más progresistas, que no esperaban tal postura del compañero de José Cobo y se preguntan por qué ejerce su autoridad en este asunto mientras guarda silencio sobre las profanaciones de la catedral, las denuncias y la corrupción, ya que el obispo de Segovia ha abogado por “cautela ante la retirada de símbolos franquistas” en un país donde la memoria de una guerra civil con centenares de miles de muertos sigue viva y donde la recuperación de la dignidad de las víctimas es una prioridad para la justicia democrática, de modo que la Iglesia Católica, como toda institución religiosa, está llamada a actuar con una sensibilidad profética ante las heridas históricas y sociales.

Desde una perspectiva cristiana inspirada en el Evangelio y en documentos de la propia tradición eclesial, el papel auténtico de una comunidad de fe no debería ser la defensa de símbolos de un régimen autoritario o ambiguo con la justicia social, sino el acompañamiento a quienes sufren, la defensa de la verdad y la promoción de una reconciliación que nazca de la justicia y del perdón, algo que en Segovia tampoco está siendo acompañado por el gobierno de Jesús Vidal a la vista de los casos mencionados, pues el Concilio Vaticano II y enseñanzas posteriores han insistido en que los cristianos deben ser testigos de la justicia y de los derechos humanos —como recuerda la constitución pastoral Gaudium et Spes y otras declaraciones del magisterio— y no aliados de estructuras que exaltan el poder o la violencia, por lo que abogar por cautela ante la eliminación de símbolos que muchos ciudadanos perciben como exaltación de una dictadura en los templos no se alinea claramente con ese llamado ético a tomar partido por la dignidad humana.

Además, se considera problemática la percepción de que determinados símbolos políticos o militares ocupen espacios en iglesias o templos sin una clara distinción entre lo religioso y lo político, máxime cuando en la propia Catedral de Segovia se ha colocado una luna para su adoración, lo que refuerza la confusión, ya que la fe cristiana no es una ideología política y su centro es Cristo y su mensaje de liberación del pecado y de la opresión, de manera que mantener en templos o espacios de culto insignias relacionadas con un régimen dictatorial puede interpretarse como una forma de complicidad cultural con valores contrarios a la justicia, la igualdad y el amor al prójimo que proclama el Evangelio, algo especialmente relevante cuando la Ley de Memoria Democrática busca precisamente eliminar exaltaciones de la dictadura franquista del espacio público, incluyendo monumentos, placas o nombres de calles, como parte de la reparación a las víctimas y del ejercicio de una memoria que dignifique a todas las personas.

En consecuencia, una Iglesia que quiera actuar como mediadora de reconciliación no debería temer a un proceso de purificación orientado a sanar heridas profundas en la sociedad, pues definir la postura ante la retirada de símbolos de un régimen cuya historia política y social sigue siendo ampliamente debatida en términos de cautela puede transmitir la impresión de que la Iglesia que lidera Jesús Vidal opta por la moderación institucional en lugar de la solidaridad con la justicia histórica y la reparación moral, lo que erosiona aún más su credibilidad ética ante fieles y no creyentes por igual y se percibe como una elección de complicidad y silencio para que no se conozca la verdad, en coherencia con la actitud episcopal mostrada en el caso del deán de la catedral y ecónomo, que muchos consideran más de lo mismo.

Por todo ello, se invita al obispo a reflexionar, meditar y actuar, anunciando que se seguirá pendiente de sus decisiones, porque se considera que ha llegado la hora de pedir perdón y de dar otro rumbo a una diócesis envejecida, secularizada y abandonada por quienes se presentan como los únicos pastores del rebaño.

Comentarios
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María Delgado
Ayer
La actitud del obispo de Segovia ante la retirada de símbolos franquistas es preocupante. ¿De verdad defiende la verdad y acompaña a los que sufren, o solo gestiona una institución que se aferra a lo cómodo? La Iglesia debe ser un faro de esperanza, no un cómplice de lo opresor.
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